Autores venezolanos · Poesía

Poemas de Luz Machado

Luz Machado

Poema de La espiga amarga (1950).

POEMA EN EL UMBRAL

Comparezco ante la tempestad
con un espejo de rosas en las manos.

Para qué huir si el relámpago es cielo fugitivo
y en el trueno cabalga un arcángel herido?

Comparezco ante la tempestad con los ojos abiertos
y recibo en la lluvia el mensaje del génesis.

El mar bajo mis pies salva azules panteras.
La espuma en mis rodillas salva serpientes de oro.
El aire contra el pecho salva fantasmas bellos
y sofoca doncellas y liras en la noche.

Alto es el muro, alto. El mar sube y me habla.
Y en mis manos esconde sus estrellas salobres.

-En donde están los hombres y el amor entre ellos?

Alto es el muro, alto. La soledad responde.

-Prestadme de la infancia su abanico de yerba.

El muro es alto, alto. Las nubes lo conquistan.

-Quién esconde los pueblos de la luz en el cinto?

El muro crece y crece y apenas miro el aire.

La soledad es una aldea con campanas y esta noche agonizan las estatuas.

Quiebra, alma mía. tu espejo de rosas con mis manos.
La muerte hizo una máscara azul con la tormenta.

EMBRIAGUEZ DE LA MUERTE

Quiero una casa de piedra junto al mar.

Quiero saber que detrás de cada cosa
estarías esperando mi pecho para caer,
como un oleaje.
Que echarías tu cabeza de diamante imprevisto
en el agua madura de mis hombros,
buscando, como un pez ávido de soledad,
un par de lunas de limo detenido
en las que un bosque antiguo recogiera sus iniciales savias.

Yo calzaría el crepúsculo entero entre mis dedos
probándome su herencia de anillos,
esperando que creciera en mi cara el polen de la eternidad.
Y tu dirías:
soplo el tiempo y descubro la llama
que habrá de cortar por siempre
esta piedra frutal de tu ceniza
mordida entre los dientes fríos de la muerte.
Y yo sentiría crecer todas las magnolias del mundo bajo el mar.

Eras un marino ciego contando barcos
por el recuerdo de las constelaciones en el puerto.

Y encendías con pequeñas cartas tu pipa azul
lamida con lenta lengua insomne.
Abrías en tus rodillas un álbum temporal de estampas sueltas
y clavabas con embriagados dedos las palabras
y sus mariposas secas en el resplandor del vuelo.
Sucias arañas nocturnas
derramaban las fechas de tus vinos más lentos
y en la piel te crecía una yerba de cántico enraizada en los huesos
cuando me recordabas.
Entonces yo tenía la edad de las campanas.
Pero no conocía el verde campanario del mar

Ahora recibo la convulsa marejada
y una voz nunca oída levanta, fecundando, árboles de adentro.
Y un cinturón de islas me descubre fronteras
y arden bajo las sienes vastos campos de frío.

Tú, con ojos agrarios, vivos ahora y ciertos
frente a los míos de uva, de retama y de estío,
me sacudes, me llamas, breve fuego perdido,
y me ofreces tu red de peces aturdidos.

Y vigilo esa hora de légamos nocturnos
para que permanezca intacta,
porque sólo en la noche el sueño me recibe
con el dedo de Dios sobre la boca,
y el sigilo me unta sus bálsamos oscuros
y paso por el tiempo como una bestia pura.

Esa casa en el mar tendría izadas las banderas más claras del día

y jugaríamos a un viaje por todos los países
recreando sus colores en nuestra latitud.
En el aire leeríamos el diario de los pájaros
y ya podríamos hallar la luz en la pupila ciega de las frutas.

Cuando la tempestad abriera su abanico de inmensas plumas negras,
y una lengua de azufre buscara el pubis roto de los ángeles muertos,
nuestros pies estarían juntos y quietos, abandonados,
sobre el ramaje violento de la oscuridad,
pero entre nuestras manos Abel encontraría sus ramos de diamante.

Cuando la lluvia derramara su selva de abedules
y erigiera campanarios de frío llamando los bronces
enterrados en el fondo del océano;
cuando el agua soplara sobre el rostro de la tierra
las praderas del polvo entre la savia,
—como tú la eternidad sobre mi cara—
yo sé que nuestros cabellos tañerían sus liras de betún pudoroso convocando ternuras,
como sirenas viejas buscando una ostra azul.
Cuando las estrellas descubrieran sus rodillas
y la luna copiara la playa en miniatura
y cayera de bruces en el pulso del mar
con su reloj de agujas de amaranto,
recorreríamos lentas avenidas como un par de criaturas
de pronto detenidas en el resplandor del cántico
y su íntima y solitaria iglesia iluminada.

Quiero una casa de piedra junto al mar.
Tendrá que ser se piedra porque hay sal en la ola
y en el alga la orilla exprime ácidos zumos.
Y habremos de estar juntos, como dos piedras juntas,
veraces en el polvo,
sustentando los nombres del amor en el tiempo;
tan claros ya los huesos que erigirán ventanas minerales;
ebrios en la dulzura violeta del racimo,
con la sangre alentando fábulas de palomas,
con la antigua certeza de una estatua sin rostro rescatada del mar.
La muerte es una casa de piedra junto al mar.


Poemas de Canto al Orinoco (1953).

CRECIENTE

Desde lejos, en los terrenos baldíos,
en la selva, en el llano, lamiéndole los ruedos a las montañas
con una lengua sorda y golosa y tremante.
Desde lejos, desde ahí donde la afluencia son las sienes desesperadas
que ya no pueden resistir más sueños.
Desde allí, desde lejos y desde más acá, aquí mismo
en las manos si la toco,
en los pies si la piso,
en el pecho si beso la sed,
en el vientre si añoro las espigas,
aquí, allá, siempre, irremediablemente,
con minerales, con resinas, con la vida y la muerte,
devota, infatigable, armónica,
asida al claro signo de las lluvias,
repitiendo el lenguaje de las raíces más profundas,
emerge, crece, anda,
crece, arrastra, devora,
crece, ahoga, apareja,
crece, abierta, extendida,
adelantado y hacia adentro y hacia arriba crece,
crece, crece, avanza y es furia y agonía
y es inmensa y se escapa de la mano del hombre.
Y con su voz de selva que no la escucha el agua,
con voz roja del hierro que no la escucha el agua,
con voz verde del viento que no la escucha el agua,
viene la voz del agua diciendo la belleza
y toda bajo ella poseído se borra
como un dibujo antiguo que devorara el tiempo.

CLARO EN LA SELVA

Quedó la niebla atrás. Y la penumbra.
Aquí la soledad erige muros de vidrio triturándose,
crepitando en el incendio de su claridad destruida.
Su corazón sostiene un lirio de greda roja
y dos ventanas ebrias,
y por ellas
la selva es una inmensa mariposa de limo
con alas como anillos.
Reptiles y batracios repiten las líneas del vuelo en el pantano.
Cada rumbo seguido por los pájaros
alucina sus ojos con la fábula
y buscando el reflejo
uno sobre otro crecen en la promiscuidad del cieno.
Llevan la cuenta de las plumas caídas
en cada mordedura de la brisa,
hasta que al fin la bestia más bella de la selva
—por ágil y sedienta—
en sus colmillos rinde la jornada libérrima.

Dulce venado de la piel otoñal y la cabeza en celo,
con un acorde de café en los ojos
y una fuga de flautas en la huida,
por cada uno de vosotros sometido
a orillas de la fuente
yo os doy el amor último,
¡que es la memoria entera del amor!

Atrás quedó la niebla.

El cielo aquí abre su sombrilla de encajes,
su gran hongo de sedas descarriadas
y siempre perseguida por los vientos más fieles.
Ya descubro el secreto de la selva:
los duendes del silencio gritan entre los robles,
frotan nuestras palabras contra los pedernales,
hacen saltar la admonición como lagartos negros,
arrastran lentas cadenas de alaridos,
llaman con voces íntimas
y en mitad del encuentro nos abandonan más ciegos y afiebrados;
alzan lámparas verdes como lenguas de jade
con una luz que arrastra los sentidos
y hace saltar el corazón del musgo.
Azotan la piel de las frutas,
hinchan los juncos, soplan los ramajes
y el recinto vegetal colman de moscardones,
de un coro oscuro, silbante, susurrante,
y en las ramas, posadas en una espera ávida
entre iguanas y ortigas suenan las mariposas
y descubren los pájaros los duendes y su origen:

Adentro el campanero cuelga su canto blanco
en las móviles cimas
y el de siete colores desteje el arco iris por puntadas.
En un rito la sombra unta el breve plumaje del moriche
y el arrendajo y el turpial comparten la anochecida forma,
mas, bebiendo del sol, salvan el canto
y se doran los pechos y las alas.
La luz de los diamantes quiebra su varillaje de violento abanico
sobre los guacamayos.
Entre la randa verde, lirios de humo
corta volando el pájaro de plata.
En cada cardenal —brasa dispersa—
la garganta del fuego gime y canta
y el cristofué nacido de esmeralda
y en oro bautizado,
busca el anillo en que asentar su vuelo.

Aquí el color se desintegra y canta.
Labrado en aire
el vitral de los vuelos se destroza
en aleteo constante,
sin sacrificio ni pavor ni alarma.
Nada esclaviza el súbito archipiélago
cuya fugacidad salva el más bello
territorio mortal,
el contemplado en oros bajo el día,
el guarecido en hojas de azabache
cuando la luz recoge la arboleda,
el de la miel y el pétalo temblando
en el espacio ecuatorial del verde,
el del polvo y la hormiga con la muerte,
el del viento y la estrella con la vida.

Aquí el miedo suelta su ancla temblorosa
en la más firme tierra.
Y sus fríos apretados en piedras y en estratos
ganan un lento sol, limpian la herrumbre
de tanta sal original.
Y el hombre vencido en el amor,
quieto en el éxtasis,
es, él mismo, el nuevo árbol, la fuente próxima,
el incendio futuro,
tierra gestando el nuevo paraíso.

Queda la niebla atrás y los misterios
y los ramos de helecho vuelto polvo.
La flor de ávido cáliz bebiéndose la luz de los cocuyos,
el plenilunio tenso como un cuero de plata
y la noche llamando para un ensalmo negro,
los pálidos columpios del bejuco
donde la lluvia asienta su desvelo perenne,
los venenos del árbol y de los caracoles,
la muerte en el curare, el espasmo en la yupa,
la danza entre los mimbres, la cúpula de plumas,
el mapire con huesos limpios por los caribes,
el tatuaje de añil, de azafrán y de onoto,
ese inmenso tapiz de grito y reverencia
que es el hombre en la selva.

Esto es un claro en la montaña.
Y aquí duermen las víboras con los pericos
mientras el retoño alrededor despunta su cúpula gozosa.
Nada perturba el diálogo de los monos a distancia
al encender en mitad de nuestra ronda fatigada
la rosa de montaña de las fogatas.
Lentas pasan las horas, lentas.
Apenas en un vuelo se reconoce el tránsito.
Mana el tiempo su agua densa y oscura
y en mitad del jagüey los hombres escarban su soledad
como una mazorca de tremante poderío.

¿Quién busca el horizonte? ¿Cómo eludir la impavidez del árbol
si hasta los ojos son dos hojas verdes
donde el gusano de la luz devora
la imagen de la tierra?

Vamos hacia el conocimiento.
Nos acompañan los amuletos de nuestras mujeres
y este vago recuerdo del primer hombre empujándonos hacia la tentación.

ANUNCIACIÓN

Y llegaron desnudos a las cerradas puertas de la tierra
y tocaron siete veces seguidas con un mazo de espigas maduras.
Y todos los animales pegaron las orejas del suelo estremecido
y escucharon a Dios en el primer día de la luz
iniciando la ceremonia del deslumbramiento.

Y tú, que resistías el tiempo como una liviana de esmeraldas.
estuviste de pronto a la intemperie,
bajo los ojos de los hombres.


Poemas de La casa por dentro (1965).

SERVIDUMBRE Y DESCANSO

La dueña dispone la materia doméstica,
cuenta el orden creciente de las frutas,
sobre la mesa riega los hongos azules de las tazas,
sus senos dorados de desprendimiento,
sus finos hemisferios untados de color
como la primavera,
los vidrios educados por los fuegos,
los monogramas del café y las cartas
pueriles de la leche,
la hojarasca metálica que agosta
el ánimo diverso en las legumbres,
los acuerdos comunes de la harina,
sol de aceite, lunas del vinagre,
gargantillas de azúcar al cuello de las frutas
y alfileres de sal
para el pecado capital de los aliños.
Después ella en su lecho entre sábanas queda
como un navío descubierto en la noche por la luz.
Permanece su lirio.
Suma los paraísos y se ve dividida
como una estrella rota.
En las almohadas deja lentamente sus ojos,
su frente, sus cabellos
y su aliento,
que en cada amanecer alza la sangre
como si levantara
una gran casa roja.

1960.

LA CASA POR DENTRO

A la Poesía

La casa necesita mis dos manos.
Yo debo sostener su cal como mis huesos,
su sal como mis gozos,
su fábula en la noche
y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo.
Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas
muertas en el vuelo.
Conmoverme el jardín y su antifaz de flores dibujado,
el ladrillo inocente acusado
de no haber alcanzado los espejos,
y las puertas abiertas para las recién casadas
con su rumor de arroz creciendo bajo el velo.
Debo atender su réplica del universo,
la memoria del campo en los floreros,
la unánime vigilia de la mesa,
la almohada y su igualdad de pájaros dispersos,
la leche con el rostro del amanecer bajo la frente
con esa yerta soledad de una azucena
simplemente naciendo.
Debo quererla entera, salida de mis manos
con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la puerta
y sin nombres
ni lámparas.

1948.

MEMORIA

La mujer se curva en la pena como un palpitante
alrededor de un reflejo.
Sorda como piedra bajo el viento,
débil como árbol entre el viento y viva
y hermosa en la esperanza como árbol que no oye,
la mujer quebranta con lágrimas el rocío de los tréboles,
mientras el río pasa mojando los pies negados al gran
peregrinaje.

1948.


Poema de Sonetos nobles y sentimentales (1966).

SONETO FRÍVOLO

Vengo de atar la liga a mi rodilla
y el mínimo alfiler a la cintura,
y de reconocer en mi estatura
el instante del mar sobre la orilla.

Vengo de la pulsera y la sombrilla,
del encaje y su íntima escultura,
con un trébol de aroma y de aventura
bajo el tacón de cada zapatilla.

A la luz del espejo cubro formas
y a la luz de la lámpara hallo normas
para esta oscuridad de estar despierta,

viendo caer a diario la hermosura
y al pensamiento erguirse en la amargura
de resistir dudando y no estar muerta.

 

Luz Machado.


Luz Machado poemas
Luz Machado.

Luz Machado. Fue una poeta, ensayista y diplomática venezolana. Nació en Ciudad Bolívar, el 3 de febrero de 1916, durante un eclipse solar en pleno mediodía, en Ciudad Bolívar, capital del estado Bolívar. Sus estudios primarios los realiza en su ciudad natal. La secundaria en Barquisimeto, estado Lara, y en Guanare, estado Portuguesa. Vive en Ciudad Bolívar hasta la edad de quince años, cuando se casa y emigra hacia Barquisimeto, con el poeta y político guanareño Coromoto Arnao Hernández, a quien conoce cuando él cumple ciudad por cárcel, después del alzamiento del general José Rafael Gabaldón contra el dictador Juan Vicente Gómez en 1928. Comienzó estudios de Derecho y Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, sin llegar a finalizarlos. Fue dirigente del Movimiento Feminista Venezolano (1936); fundadora de la Asociación Venezolana de Escritores, del Círculo de Escritores de Venezuela y de la Sociedad Bolivariana (1936). Vivió tanto en Ciudad Bolívar como en Caracas y Chile, donde hizo vida diplomática.  Sus trabajos periodísticos fueron publicados en El UniversalEl NacionalEl Mundo, Pregón, La RazónFantochesAhora, entre otros, así como en las revistas Contrapunto, Élite, ShellRevista Nacional de CulturaKenaNosotrasLírica Hispana e Imagen.

Obra: Ronda (Poemas, 1941), Variaciones en tono de amor (Poemas, 1943), Vaso de resplandor (Poemas, 1946), La espiga amarga (Poemas, 1950), Poemas, selección (Argentina, 1951), Chant a L’Orinoque (en francés, 1953), Canto al Orinoco (Poemas, 1953), Canto al Orinoco (2a. edición 1964), Cartas al señor tiempo (Prosa, 1958), La casa por dentro (Poemas, 1965), Sonetos nobles y sentimentales, Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz (1966), Retratos y tormentos (Prosa y poesía, 1974), Crónicas sobre Guayana (1946-1968), Crónicas sobre Guayana (1969-1986), Cinco conferencias de Pablo Neruda (1975), Poesía de Luz Machado, Antología (1980), Ronda, poemas (1992), A sol y a sombra (Poemas, 1997), Imágenes y testimonios (Prosas, 1996), Libro del abuelazgo (Poemas, 1997). Su obra poética evoluciona continuamente tanto en la forma como en los temas, prevaleciendo siempre en ellos lo psicológico, las angustias existenciales, en una poesía reflexiva sin el menor asomo de futilidad.

Premios  y reconocimientos: En 1946 se le otorgó el Premio Municipal de Poesía por su libro Vaso de resplandor; en 1955 se le concedió el Premio Nacional de Poesía «Alfredo Armas Alfonso». Galardonada con el Premio Nacional de Literatura en 1987. En 1993 se le otorgó la Orden Francisco de Miranda. En 1996 le es concedida la Orden Congreso de Angostura en primera clase y se le confiere el título Doctora honoris causa por la Universidad de Guayana.

Murió en Caracas, el  11 de agosto de 1999, a los 83 años de edad, un día en que hubo un eclipse total de sol.

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