Autores argentinos · Poesía

Novena poesía vertical de Roberto Juarroz

poemas roberto juarroz

del libro Novena poesía vertical (1987).

3

Celebrar lo que no existe.
¿Hay otro camino para celebrar lo que existe?

Celebrar lo imposible.
¿Hay otro modo de celebrar lo posible?

Celebrar el silencio.
¿Hay otra manera de celebrar la palabra?

Celebrar la soledad.
¿Hay otra vía para celebrar el amor?

Celebrar el revés.
¿Hay otra forma de celebrar el derecho?

Celebrar lo que muere.
¿Hay otra senda para celebrar lo que vive?

El poema es siempre celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo,
su espalda de fervor restituido,
su puño de desenvarado entusiasmo,
su más justa pronunciación, la más firme,
como si estuviera floreciendo la voz.

El poema es siempre celebración,
aunque en sus bordes se refleje el infierno,
aunque el tiempo se crispe como un órgano herido,
aunque el funambulesco histrión que empuja las palabras
desbande sus volteretas y sus guiños.

Nada puede ocultar a lo infinito.
Su gesto es más amplio que la historia,
su paso es más largo que la vida.


 

5

Morir, pero lejos.
No aquí,
donde todo es una aviesa
conspiración de la vida,
hasta las otras muertes.

Morir lejos.
No aquí,
donde morir es ya una traición,
más traición que en otra parte.

Morir lejos.
No aquí,
donde la soledad descansa a ratos
como si fuera un animal tendido,
olvidando su espuela de locura.

Morir lejos.
No aquí,
donde cada uno se duerme
siempre en el mismo sitio,
aunque despierte siempre en otro.

Morir lejos.
No aquí.
Morir donde nadie nos espere,
donde haya lugar para morir.

(para Jorge Luis Borges)


 

9

Desde todas las cosas se levantan cantos.
Algunos se duermen en el aire
y caen enseguida como semillas huecas.
Otros tropiezan con las otras cosas
y se pierden en ellas.
Y otros encuentran las palabras que vagan
y se funden así con el canto del hombre.

De ese agreste montaje,
de esa insólita mezcla
híbrida como el mundo,
impura como el mundo,
empieza un nuevo canto,
más libre,
más suelto que la vida:
nace el canto del mundo.

Y ese canto reemplaza,
casi en un rito clandestino,
la prolongada ausencia
del canto de los dioses.

De los dioses,
que nunca se entendieron del todo con las cosas.


 

12

Dormir es otra forma de pensar.
Pensar es otra forma de soñar.
Soñar es otra forma de no ser.
No ser es otra forma de existir.

La rueda gira y gira.
Los caminos se enrollan
alrededor de la rueda
y la rueda se los lleva
como empolvadas cintas.

La rueda gira y gira,
pero ya no hay camino.

(a Roger Munier)


 

13

Las obsesiones del lenguaje,
como todas las obsesiones,
nos invitan de noche.
A veces, despiertos,
pero casi siempre dormidos.

Entonces desaprendemos
lo que parece que sabemos
e inauguramos
lo que parece que ignoramos.

Por eso
los poemas se escriben de noche,
aunque a veces se disfracen de luz.
O si se escriben de día,
convierten el día en noche.


 

«Vomitar el mundo,
expeler su sustancia irreal y viscosa
como el enfermo que se libera en una arcada».

Roberto Juarroz.


 

23

No hay tiempo.
Ya no hay tiempo.
Pero ¿alguna vez hubo tiempo?

La ilusión de la vida por delante
se conjuga con el verbo
de la vida por detrás.

Y todo transcurrir no es más que un punto,
quizá un punto extensible
o el revés de ese punto,
porque el tiempo es puntual.
Un punto que a veces se desliza levemente,
como una gota de asombro de la luz
o un inesperado corpúsculo de sombra,
tan sólo para justificar algo parecido a un nivel
en el barómetro casi fijo
que mide la presión imposible de la vida.

O tal vez simplemente
la presión diagonal de lo imposible.


 

28

El retroceso posterior al poema,
la retirada a lo neutro,
a la tierra de nadie de las intermitencias,
la caída hacia el hueco de atrás de la palabra,
allí donde ni siquiera se sabe
si volveremos a hablar,
equivale a la pérdida del reino,
a la inseguridad del retorno a la tierra verbal,
al abandono del único espacio
donde a veces nos sentimos eternos.

El contragolpe del poema
nos deja a la deriva entre antiguos cansancios,
ecos irresponsables
que no completan su ciclo
y la cruel deslealtad de las leyendas.

El eclipse se extiende
como un ballet pasmado.
Las palabras semejan alas disecadas.
El callejón de la espera
parece aplastar en cada esquina
cualquier posible advenimiento.

Y es entonces cuando surge a veces
la verdadera contraseña,
la palabra-silencio,
el signo de la fidelidad en las ausencias,
la reapertura hacia el poema,
que ya no depende de su eventual retorno
ni de su definitivo alejamiento.

La fidelidad en las ausencias,
la casa más secreta del poema.


 

32

Me he apartado de mí,
pero más de mi ausencia.

Me he apartado del collar de colores
que usan los hombres cuando olvidan,
de la vo que se ahoga
en el agua inocente de mi vaso,
de la luna demorada en el templo,
de las palabras neutras como tiza,
del corazón rodando en pedregullo.

Me he apartado de todo,
pero más de su ausencia.

Y después he vivido
más cerca de la vida.


 

40

Me ha despertado una palabra entre mis labios,
una palabra que parecía pronunciarse a sí misma.

¿Tendrán acaso algunas palabras
la autonomía suficiente
para ejercer su propia iniciativa,
articular los órganos precisos
y ascender la cuesta del sonido?

¿Y quizá alguna de esas palabras
no podrá también prescindir de las formalidades habituales,
descartar la fonética
y generarse a solas, por su cuenta?

Tal vez mañana venga otra palabra,
que nadie ha pronunciado,
a entreabrirme los labios desde afuera.
Entonces perderé para siempre
la administración fugaz de mi silencio
y el control engañoso de mi voz.


 

42

Se podrá apagar todos los fuegos
pero nunca se acabará el humo.

Aquello que no alcanzó la dignidad del fuego
termina conformándose con la humildad del humo.
Aquello que no tuvo una mano que lo encendiera
termina por renunciar a esa mano
y se queda a solas con el humo.
Aquello que no pretende calentar nada,
ni siquiera calentarse,
se refugia en el secreto de ser humo.

Pero el secreto del humo es doble.
Primero: también el humo calienta.
Segundo y principal:
el humo es anterior al fuego.

(para Pablo Antonio Cuadra)


 

45

Cada crepúsculo resume,
no sabemos bien cómo,
los días que nos faltan.

Es como el adelanto de un suspiro,
una preparación para lo informe,
un contrabando de la espera.

Cada crepúsculo nos borra
un poco más de nuestro nombre.

Cada crepúsculo nos trae
un poco más de nuestra ausencia.

Hasta que cada uno aparece
como un punto de referencia
inventado por el crepúsculo.


 

49

Una planta se apoya en otra planta
y le presta una flor
para cubrir su desnudez.

Nada viste más que una flor.

Pero cuando se marchita,
nada desviste más que una flor.

Porque en último término
la desnudez sólo puede aumentar.


 

50

Somos el borrador de un texto
que nunca será pasado en limpio.

Con palabras tachadas,
repetidas,
mal escritas
y hasta con faltas de ortografía.

Con palabras que esperan,
como todas las palabras esperan,
pero aquí abandonadas,
doblemente abandonadas
entre márgenes desprolijos y yertos.

Bastaría, sin embargo, que este tosco borrador
fuera leído una sola vez en voz alta,
para que ya no esperásemos más
ningún texto definitivo.

 

Roberto Juarroz.


Roberto Juarroz
Roberto Juarroz.

Roberto Juarroz. Poeta, ensayista y critico literario argentino. Nació en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, el 5 de octubre de 1925. Graduado en la Facultad de Filosofía y Letras y en Ciencias de la información por la Universidad de Buenos Aires y becario de la misma, amplió estudios en La Sorbona. Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires y dirigió el Departamento de Bibliotecología y Documentación de la misma entre 1971 y 1984. En esta universidad ejerció la docencia durante treinta años. Trabajó como bibliotecólogo para la Unesco y la OEA en diversos países y entre 1958 y 1965 dirigió veinte números de la revista Poesía = Poesía junto a Mario Morales. Colaboró en numerosas publicaciones argentinas y extranjeras y fue crítico bibliográfico del diario La Gaceta de Tucumán (1958-63), crítico cinematográfico de la revista Esto es (Buenos Aires, 1956-58) y traductor de varios libros de poesía extranjera, en especial de Antonin Artaud. Desde junio de 1984 fue miembro numerario de la Academia Argentina de Letras.

Salvo su colección realista Seis poemas sueltos (1960), su obra se agrupa en una serie de volúmenes correlativamente numerados del uno al catorce bajo el título general de Poesía vertical; el primero de ellos data en 1958, el segundo de 1963, el tercero de 1965, el cuarto de 1969 y así sucesivamente; en 1997 apareció la decimocuarta entrega, en forma póstuma. En conjunto, esta obra fue editada por Emecé en tres volúmenes. En cuanto a sus ensayos, son fundamentalmente Poesía y creación (1980- Diálogos con Guillermo Boido); Poesía y Realidad (1992); Poesía, literatura y hermenéutica (Conversaciones con Teresita Saguí). Recibió numerosos reconocimientos entre los que se destacan: el premio Esteban Echavarría en 1994, el premio Jean Malrieu de Marsella, y el premio de la Bienal Internacional de Poesía, en Lieja, Bélgica, en 1992.

En un principio influido por el Creacionismo del chileno Vicente Huidobro y el simbolismo de Stéphane Mallarmé, la amistad de un «raro» de la poesía argentina, el maestro del aforismo, Antonio Porchia, autor de un único libro titulado Voces, le influyó notablemente; le impresionaron, además, los románticos alemanes, en especial Novalis. Su temática se centró en la metapoesía y su lenguaje se fue haciendo conceptual conforme exploraba los límites de la palabra como nexo de relación del hombre con el mundo, un mundo contemplado como epifanía, como revelación. Es una poesía imbuida en algunos aspectos por la filosofía existencial de Martin Heidegger. En sus palabras:

”El poeta no tiene otra alternativa que inventar o crear otros mundos. La poesía crea realidad, no ficción. Afirmo que la poesía es realidad, y para mí es la mayor realidad posible porque es la que cobra conciencia real de la infinitud”.

Roberto Juarroz murió en Temperley, Buenos Aires (Argentina), el 31 de marzo de 1995.


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