Prologo a su traducción de las Elegías de Duino.
Entre los poetas de lo religioso y lo sagrado debemos contar a Rilke. Su religiosidad es muy particular. Rilke ejercita un fervor íntegro y especial por las cosas: la casa, la catedral, las torres, los árboles, la tierra. En su poesía y en su vida se muestra una sagrada reverencia por todo lo que somos, por todo lo que podemos ser. Su tensión lírica se dirige a «celebrar» la posibilidad de ser. Y ello es así porque al fondo de esa «posibilidad» se impone la disipación, la disolución. A la llenura del amor, a su excesiva plenitud, opone un espacio «abierto» en el cual se disuelve y se borra el abrazo. Toda intensidad sentida y ya desbordada acaba en el espacio invisible, allí donde moran los ángeles. Nuestro sentir, nuestro pasado preciso se vuelven disipación . Nadie aquí está holgado y a sus anchas. La libertad humana está restringida a una condición de ser que está disminuida frente a lo sobrehumano: el infinito, las grandes noches, las estrellas.
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